Solo dos personajes, Hotman y Justa
El restaurante estaba cerca de los almacenes Hevi. Hotman y Justa habían ido hasta allí en metro. Él había conseguido pasar más o menos desapercibido abandonando su chaqueta amarilla. Justa lo había intentado, pero ni siquiera con gafas de sol, una gorra, el pelo recogido y una cazadora dos tallas más grande conseguía no llamar la atención. Por las calles había tanta gente un sábado por la tarde, que la multitud había servido para ayudarles a pasar desapercibidos. No obstante, Hotman comenzaba a sudar cada vez que veían a alguna pareja policial en un rincón, mirando a los transeúntes. —Justa, ¿Crees que esos dos se están fijando en nosotros? —No. —Están hablando por la radio. —Ya, es lo que hacen los policías. En el restaurante les preguntaron por la reserva, Hotman dijo El Sr. Pérez. Justa lo miró extrañada y él le explicó que sí, que era uno de sus apellidos. Les dieron una mesa en un rincón, cerca de una ventana. La tarde comenzaba a convertirse en noche. Desde el primer piso donde estaba el MetaFresh Salads se contemplaba una de las principales avenidas de la ciudad. Orientada al oeste, el sol poniente comenzaba a hacer brillar las chapas de los coches y destellaba sobre los parabrisas de los autobuses. Al fondo, ya sobre el mar, el crepúsculo teñía el cielo de morado intenso. —Justa, no sé si deberías quitarte la cazadora. —¿Estas tonto? Aquí hace calor. Hot tragó saliva. Una de las peores cosas de Justa es que apenas era consciente del efecto que provocaba en todo el mundo. Bajo la cazadora se había vestido con un top muy ceñido, una prenda deportiva cuya virtud principal era que, según ella, al hacer ejercicio permitía refrigerarse muy bien porque tenía poca tela. Hotman no sabía mucho de moda, pero medio entendía que ese breve top que dejaba desnudos los hombros, unido a las ceñidas mallas negras que se había puesto, a las desgastadas botas de montaña, al desgreñado pelo recogido en una media coleta y la total ausencia de maquillaje no creaban una combinación agraciada. Pero daba igual, los camareros, casi todos los hombres y todas las mujeres de la sala no hacían más que mirarla de reojo. Hotman volvió a sentir el sudor frío correrle por la espalda. Por mucho que fingiera, aquella situación le superaba por mucho. Casi prefería enfrentarse a un gorila dorado con un tenedor que cenar allí con Justa. —No comes nada —Justa ya había rellenado su plato dos veces— tienen brotes frescos de alfalfa del kurdistán. Son superjugosos. Y también hay tomates macerados en sal del Himalaya, una delicia. Hotman miró al buffet de ensaladas con desgana. Aunque hubieran sido las mejores pizzas de la ciudad, el nudo que tenía en el estómago no le hubiera permitido comer nada. No obstante, se levantó y escogió un par de cosas verdes, otra roja y una amarilla. Cuando volvió a la mesa había un hombre con unas espaldas el doble de anchas que las suyas, apoyado en la mesa y hablando con Justa. A Hotman le dio un vuelco el corazón. Sus cabezas estaban muy juntas. Según se acercaba descubrió que algo raro sucedía. Justa sonreía enseñando los dientes. Su expresión tenía algo de siniestro. Giró para encarar su silla, esperando que quizá tuvieran que salir de allí por patas y entendió lo que pasaba. Justa le había capturado la mano con una de las suyas y le estaba retorciendo los dedos de una forma que parecía bastante dolorosa. —Mira Hot, este chico nos ha recomendado los cogollos de lechuga roja. Ya se marcha. Justa liberó la presa y el chico casi se cae al retirarse de la mesa. Se marchó sujetándose la mano. Hotman creyó verle los ojos llorosos por el dolor. —¿Qué…? —Nada, un imbécil. El tipo pareció desaparecer de escena. Comieron en silencio. Justa parecía estar pasándoselo bien devorando cosas verdes con ocasionales motas de otros colores. Cuando estuvo saciada levantó la vista y sonrió. A Hotman comenzaron a producírsele fuegos artificiales bajo la piel. —Esto de relajarse de vez en cuando está muy bien. La mano de Justa se quedó sobre la mesa, al lado del pan, mientras contemplaba el atardecer. Ya apenas se veían los colores, toda la calle era un mar de sombras que no paraban de disolverse en los profundos azules del anochecer. En el cielo solo quedaba un breve resplandor. Las luces de las farolas y los coches comenzaban a destacarse como puntos amarillentos. Hotman respiró hondo. Vamos Hot, tú puedes. Comenzó a mover sus dedos poco a poco en dirección a la mano de Justa. Cuando estaba a punto de llegar, ella dejó de mirar hacia afuera, bruscamente animada. Volvió a sonreírle pícaramente y dijo con alegría. —Creo que podríamos pedir algo de vino. No nos pedirán el carnet o algo así, supongo. Mi padre bebía una cosa… como se llamaba, vino frizzante, no sé si habrá. ¡Por favor, camarero! Una botella de… sí, este vino blanco frío ¿es con gas? —Bueno, mis padres decían que el vino blanco va bien con el pescado y las ensaladas, aunque yo soy más de cocacola. —Bah, un día es un día, mira ya nos traen el vino, brindemos. Justa sirvió el vino y ambos tomaron sus copas. —¿Y por qué brindamos, Justa? —Bueno, por qué crees tú que deberíamos hacerlo. Una vez más a Hotman los nervios comenzaron a anudarse ya desanudarse ellos solos por debajo de la piel. Fue Justa la que le tomó la mano. A punto estuvo de activar sus poderes de forma involuntaria. —Leche, pareces arder. —Bueno, es que, mis poderes, esto.. a veces… —Pues si quieres que nos acostemos ya puedes empezar a controlarlos. No quiero asarme como unas costillas en una barbacoa. A Hotman una de las cosas verdes se le atragantó en la garganta. Comenzó a toser. Justa se levantó para ayudarle, pero Hotman la detuvo con una mano. Consiguió que el trozo de verdura se le saliese de la tráquea y comenzó a respirar, aunque no con normalidad. Durante unos segundos creyó que todo el restaurante había oído las palabras de Justa; que, en realidad, toda Arcadia había escuchado aquella conversación. Sus temores más agudos y todas sus esperanzas colisionaron a la vez en el centro de su pecho como si alguien hubiera hecho confluir todos los trenes de la isla a la misma hora en un solo cruce de vías demoníaco. —¿Qué… ? Justa continuó bebiendo. Tenía la piel pálida y dos chapas de color rojo comenzaron a brillarle en las mejillas. Si, en un día tonto, Justa era muy atractiva, en esos momentos parecía capturar toda la tenue luz de la ciudad y condensarla en su mirada. —¿Qué pasa?, pareces tonto. No te habías dado cuenta de que me gustas. —Esto… no, yo tenía esperanzas, pero, claro. Justa le dejó hablar un rato y luego, con un brazo que podría haber doblado el acero, le atrapó la nuca y le atrajo hasta ella y le besó. Salieron del restaurante cogidos de la cintura. Hotman era el influencer más feliz del mundo, tanto que se había olvidado de grabar y de postear. Era ya tarde. Aunque las calles estaban aún llenas de gente, el centro era un lugar que se vaciaba muy rápido al llegar la noche. No era como el barrio gótico, pero la fauna nocturna y juerguista de la ciudad podía ser bastante peligrosa y la gente con ganas de divertirse solía moverse rápido de bar en bar, de disco en disco. Ellos dos ignoraron cualquier precaución, comenzaron a andar por las calles sin un rumbo claro, un poco achispados y riendo por cualquier cosa, hasta que, en un callejón no muy lejos del restaurante, Justa empotró a Hotman contra una pared de modo que cada turgencia y cada músculo de ella encontró un modo de hacerse presente en la piel del joven. Aunque hubiera querido, que no quería, Hotman no hubiera podido moverse bajo el asalto de Justa, que estaba a medio camino entre una llave de MMA y la expresión de un tórrido deseo. —¡Eh, listilla! Justa dejó respirar a Hotman y se volvió lentamente. En la boca del callejón había cinco hombres, uno de ellos con un brazo al cabestrillo. Varios de ellos les apuntaban con armas. El más alto y musculoso, el del brazo en cabestrillo, era el que llevaba la voz cantante. Justa torció el gesto mientras se quitaba la mochila de los hombros y comenzaba a abrirla. —Mira, el gilipollas del restaurante y sus amigos. A Hotman, de repente, todo el subidón del alcohol y el asalto de Justa se le habían trasmutado en una fría furia. No había derecho a que le estropeasen aquello, no, no había derecho. —Esto es una glock 9 mm, payasa, y sé manejarla. Como no te vayas desnudando ya, te voy a hacer más agujeros de los que necesita una puta como tú. —Y esto es un arma de verdad, imbécil. De repente sucedieron muchas cosas a la vez: Justa se dejó caer a la derecha, sacó sus pistolas de la mochila y rodó por el suelo. La pistola del matón estalló como si las balas hubieran estado sometidas a un súbito calentón a muchos grados. Mientras su líder recibía la llamarada y la explosión a bocajarro, sus compinches intentaron comenzar a acribillarlos, pero una por una, y de una forma muy rápida, sus armas fueron recibiendo disparos que se las arrancaban de las manos de una forma muy dolorosa y espectacular En menos de cinco segundos no había nadie armado en aquel callejón más que Justa, quien, con toda la calma del mundo, guardó sus armas en la mochila de nuevo y se acercó a los agresores con no muy buen talante, le pareció a Hotman. Más tarde, ya en un hotel del centro, Justa acababa de salir de la ducha con el pelo húmedo y desnuda por completo. Hotman, tendido en la cama, había observado su silueta iluminada por la luz de la calle. Ella se sentó al lado de unos de los hombres más felices del mundo. Él le tomó las manos magulladas por la pelea y las besó muy despacio. Los nudillos abiertos habían dejado de sangrar y el golpe que tenía en el labio también, pero a ella no le importó volver a abrirse la herida unas cuantas veces más aquella noche. A la mañana siguiente, cuando volvieron a la guarida, nadie pareció preguntar nada. Sentados a la mesa del desayuno Eslizón era el que más fácil tenía el ocultar su gesto. Todos los demás estaban disimulando como podían y riendo por lo bajo mientras Hotman removía el café una y otra vez en una taza que no tenía ni leche ni café, sin dejar de mirar a Justa. —¿Qué tal la cena?— Terminó por preguntar Psique. —Bueno, fue divertida. Hotman tuvo que ocuparse de unos matones que nos asaltaron en el centro. —Eso nos da igual, ¿follasteis o no? —intervino Diana. Todo el grupo, incluida Justa, estallaron en una sonora carcajada menos Hotman, que, sin ayuda de sus poderes, comenzó asarse en su propio jugo mientras su piel relucía en un tono rojo cereza.