Conversación entre Psique y Diana (después de el encuentro con la Emperatriz de Jade y los monos en el centro comercial) Lo he dejado en modo narración, con el permiso de Eslizo 😉
La estación subterránea estaba vacía, envuelta en un silencio gris y opaco. El resplandor mortecino de los fluorescentes dibujaba sombras largas sobre las paredes agrietadas, mientras el eco de vidas ausentes aún parecía flotar en el aire. Psique se sentó en el borde del andén, con las piernas colgando sobre la vía. Dio unas palmaditas en el suelo a su lado, invitando a Diana a sentarse. El vínculo mental que compartían —más fuerte que con el resto del grupo, más fácil, más íntimo— brillaba tenuemente entre ellas, esperando ser cruzado. —¿Prefieres hacerlo mentalmente? —sugirió Psique en voz baja, casi un pensamiento—. A veces es más fácil pensar que poner en palabras lo que sentimos. Diana no respondió al instante. Permaneció de pie, contemplando el túnel oscuro como si esperara que algo emergiera de las sombras. Los nudillos aún marcados, la mandíbula apretada. Finalmente, sin decir nada, se dejó caer junto a Psique, dejando las botas colgando también. —Sí —dijo al fin, sin mirarla, sin conectar mentalmente—. Podemos hablar. Pasó un largo, incómodo silencio. Cuando Diana volvió a hablar, fue en voz baja, con un esfuerzo visible. —Si ese bicho te hubiera tocado… no sé qué habría pasado conmigo. Psique la miró, intentando leer sus rasgos. Sin responder de inmediato, apartó la vista hacia la vía y colocó una mano sobre el muslo de Diana. —Bueno, espero que no lo descubras nunca —murmuró—. No está entre mis planes abandonarte. Sonrió, aunque el gesto se le deshizo antes de completarse. —¿Qué o quién es esa parte de ti, Diana? —preguntó entonces, volviendo a mirarla—. Desde que te conozco he sentido que hay algo que ocultas. Algo que solo emerge cuando estás en peligro o te sientes amenazada. Ayer… vi a esa parte de ti libre. Y es temible. Su voz bajó aún más, y su nariz rozó suavemente el pómulo de Diana, llamando su atención. Diana mantuvo la vista fija en los raíles. Sus labios se movieron apenas, conteniendo palabras. Al final, tragó saliva y habló con una voz apagada: —Son las pesadillas. Lo que me sale cuando dejo de concentrarme. Lo que mi padre dejó dentro de mí… antes siquiera de que yo naciera. Mi padrino dice que soy su obra maestra como genetista. Siempre sabe cómo hacer daño. Dónde herir. Se pasó una mano por el pelo, incómoda. Por un instante, ya no era la chica que había hecho trizas a una criatura mutada. Solo parecía una adolescente de instituto intentando sostenerse. —Cuando te vi ahí, con él encima… no tuve que pensar. Fue automático. Y esa parte de mí… lo disfrutó. Cia suspiró suavemente. Se inclinó hacia ella, más cerca, entrelazando sus dedos con los de Diana. —Soy la prueba de que la genética no nos define —dijo con firmeza—. Somos lo que decidimos ser. Nadie puede imponernos algo que no queremos aceptar. Ni siquiera tu padre. Acarició su mano con los dedos entrelazados. —Tienes más voluntad y mala leche que todos nosotros juntos. Por mucho que quisieran hacer de ti un arma, tu mente sigue siendo tuya. Y si necesitas a alguien para espantar a las pesadillas… soy tu chica. No hay nadie mejor que una telépata pelirroja de ojos azules para eso. Con delicadeza, besó cada uno de sus nudillos. Y en la mente de Diana resonó una voz cálida: “No sé todavía cómo lo haré, cariño, pero no permitiré que esas sombras te dominen. ¿Confías en mí?” Diana contuvo el aliento. La dureza habitual de su rostro se quebró un instante, dejando entrever algo mucho más frágil. No apartó la mirada; los ojos le brillaban con una mezcla de tensión y ternura. —Confío en ti más que en nadie —dijo, casi en un susurro—. Eso es lo que me asusta. Porque si tú fallas… no sé qué quedará de mí. La voz se le quebró apenas, pero sus dedos apretaron los de Psique con fuerza, como si aferrarse a ella fuera lo único que la mantenía entera. —No soy un arma por culpa de mi padre. Ni por mi sangre. Soy un arma porque yo decidí serlo. Pero contigo… contigo quiero ser algo distinto. Diana inclinó la frente hasta tocar la de Psique, cerrando los ojos como si necesitara ocultarse en su cercanía. En su mente, percibió un beso juguetón, ligero como una promesa. “Dime, Diana… ¿qué quieres ser conmigo? ¿Qué te gustaría hacer a mi lado? ¿Te gustaría sentirme así siempre?” Con la mano libre, Psique empezó a acariciarle el cabello, las yemas de sus dedos recorriendo en círculos el cuero cabelludo, calmando tormentas. “Di que sí… y una parte de mí te acompañará incluso en tus sueños.” Diana respiró con dificultad, estremecida. Su voz fue apenas un murmullo: —Quiero ser todo lo que mi padrino dijo que no podía. Quiero ser alguien que no necesite romper nada para sentir que existe. Sus dedos se aferraron aún más a los de Psique, como si soltarla fuera caer en el abismo. La luz blanca y triste de los fluorescentes dibujaba un halo sobre las dos figuras sentadas al borde del andén. Diana apoyó la frente contra la de Psique, los párpados cerrados, los labios curvados en una sonrisa pequeña y trémula. Ya no era furia, ni pesadilla, ni experimento. Por un momento… solo era una muchacha que se permitía descansar en los brazos de alguien que no tenía miedo de sostenerla.
FIN