30 de Septiembre de 2025
Eslizón esmeralda era básicamente feliz. No podía evitar mirar a sus compañeros de grupo enfurecerse, encamarse unos con otros y sufrir. Cosas de mamíferos, pensaba. Inmediatamente después, comenzaba a considerar la posibilidad de que su indiferencia, su estado basal de felicidad sin estridencias, se debiera a que carecía de los sistemas gradulares que saturaban de hormonas la sangre de sus compañeros. Tumbada en su refugio, mirando al techo, sentía que su herencia humana navegaba hacia el olvido. ¿era eso malo? ¿se estaba volviendo reptiliana? ¿aborrecería en algún momento de la compañía humana? ¿Eso significaba que algún día, en algún momento, se dispararía su instinto reproductivo de un modo que no podía prever?
No tenía ni idea, y tampoco le apetecía ponerse a investigar en su psicobiología, podría encontrar algo malo y peligroso a largo plazo en ser como era y no deseaba cambiar.
Eso no significaba que su vida fuera plana del todo, eso hubiera sido aburrido. Ya había sufrido estallidos de violencia en el combate. Habían sido intensos pero breves, apenas nada comparados con el estado de constante malestar que recordaba vagamente de su vida como humana. Claro —pensaba a continuación— su vida como humana había sido una auténtica mierda, una mierda sin brazos, para ser más concretos.
Alguien gritaba a alguien fuera de su refugio calefactado. Sintió una inmensa pereza por salir de allí, pero, a la vez, la necesidad de averiguar qué pasaba. Quizá, después de todo, los reptiles no eran indiferentes a todo lo social. Algo le hacía sentirse atraída a compartir compañía con los otros miembros de “Fuerza Oculta”.
Sintió una sonrisa interior al salir del refugio y escuchar gritar a Justa.
—¡Hotman, leche, es la tercera vez que comes pizza hoy!
—Es que, tenía capricho. Mira ¡tiene verdurita! piña, cebolla y eso rojo que no sé qué es.
—Chorizo, eso es chorizo. Tú verás, pero tu cuerpo lo va a sufrir.
Hotman detenido con un trozo de pizza en la mano miraba a Justa desafiante, vestida con un delantal y mirándolo con esa mirada azulada que tenía ella capaz de partir piedras. Luego, al escucharla moverse hacia la cocina, Hotman se volvió hacia ella con gesto de indecisión. A Eslizón le hubiera gustado poder sonreír, pero su sonrisa era una amenaza llena de dientes, no era adecuado usarla para interactuar. Sin embargo sí pudo hacerle un pequeño gesto con la cabeza y guiñarle un ojo. Hotman, teniendo algo de apoyo, se terminó de comer su trozo de pizza mientras Justa seguía refunfuñando desde la cocina.
A Esme no le hubiera gustado tener una pareja así, pero a ellos esa dinámica parecía irles bien. Se sentó a la mesa con Hotman y lo miró comer como lo hubiera hecho un niño encaprichado. La vida también eran momentos así, de felicidad sencilla. No entendía esas ganas de ejercer de madre que tenía Justa. Algo parecido detectaba en Psique, siempre mirándolos desde su trinchera psicológica, casi a punto de abrir esa puerta a la privacidad mental que, por suerte se abstenía de forzar.
Por un instante pensó en un grupo de metahumanos que no fueran humanos. ¿Sería la vida más fácil con ellos? ¿Esos gatos humaniformes podrían ser mejores compañeros de grupo?
En ese momento algo la alteró. Era un olor embriagador. Por un momento el corazón se le aceleró. Olía, sentía, algo maravilloso muy cerca. Justa rodeó su asiento y le puso delante un plato de jugosa carne cruda. Sus sentidos térmicos le indicaron que la temperatura era la justa, cercana a la temperatura corporal, aquella que hacía que las sustancias orgánicas volátiles comenzaran a desprenderse y volar como ángeles premonitorios del placer. Sus jugos salivares se anticiparon por poco a sus movimientos, veloces, casi relampagueantes, que supo contener a duras penas. Comió con verdadero placer, sencillo, primitivo pero completamente satisfactorio. Cuando terminó una cálida sensación de bienestar se expandía desde el estómago, que se extendía, en forma de una difusa sensación de amistad, hacia Justa, quien seguía preparando cosas en la cocina.
Esme se distendió en la silla, demorando un poco el momento en que se tendería en su cama-nido a digerir la cena. Poco a poco todos los compañeros se fueron sentando a cenar, era uno de los momentos que compartían todos. Justa sirvió una cena mayoritariamente, pero no solo, verde. Era su turno de cocinar y nadie protestó demasiado por el exceso de verduras. En cuanto llenaron el estómago, Esme sintió que esa sensación de sosiego que le daba la comida era compartida por sus compañeros y comenzaron las bromas y las conversaciones: Justa y Diana exhibieron el aumento de su larga colección de moretones made in comadreja; Psique, que no se habían quitado sus gafas-disfraz bromeó con psicoanalizar a comadreja para extirparles esa violencia fruto, según ella, de un conflicto interior entre su yo social y su yo interior; Kay les ofreció una larga disertación sobre la seguridad de sistemas mientras Hotman, a petición de Justa, hacía hervir su vaso de agua para poder poner una infusión de hierbas de las suyas.
Esme comenzó a sentir frío debido a la digestión que avanzaba pero se resistió a retirarse. Comprendió que por mucho que se sintiese lejos de los seres humanos, aún era uno y disfrutaba de lo más básico de los humanos, el placer de la compañía mutua.