03 Arcadia Awakening
EL DESPERTAR DE ARCADIA
La Guerra Fría supuso un cambio en las reglas del juego político a nivel mundial. El poderío militar, las competiciones atléticas y la propaganda constituían sólo una parte de ese juego. Escondidos en las sombras, los espías tejían una maraña de traiciones, mentiras y asesinatos que involucraría a Arcadia desde el inicio del conflicto. La ciudad-estado era el escenario perfecto; cercana a Europa y a África, con un gobierno recién nacido y fuertes dependencias comerciales. Un año después de la rendición de Alemania, representantes de los EEUU y de la URSS realizarían visitas diplomáticas a Arcadia. El presidente Federico Ibarreche recibió a las dos potencias y dejó clara la postura de su gobierno: no tomaría partido por ningún bando.
Aquella decisión fue respaldada por los habitante de Arcadia, que volvieron a elegir a Ibarreche durante otro mandato. Pero la negativa molestó a los nuevos dirigentes del mundo. Arcadia fue sometida a un bloqueo económico indirecto; los países no se negaron a comerciar, pero incrementaron sus precios hasta hacerlos prohibitivos. Durante media década Arcadia se vio sumergida en una depresión económica, solo aliviada por las exportaciones tecnológicas. Esto contribuyó a un aumento sustancial del mercado negro y de todo tipo de actividades ilegales. Y en el centro de esas actividades se encontraba Telaraña, el líder absoluto de los bajos fondos. Se decía que ningún acto delictivo ocurría en la ciudad sin rendirle tributo. Y en aquella época de miseria, aquello significaba mucho dinero.
Mientras tanto los antiguos discípulos de Marius seguían maravillando al mundo. En 1949 la Universidad de Arcadia presentó un ordenador que apenas ocupaba la planta baja de un edificio. En 1951, se anunció un prometedor estudio sobre la vacuna de la malaria. A finales de ese mismo año, los geólogos descubrieron un yacimiento de uranio en las profundidades marinas del sur de la isla. Aquella noticia fue recibida con desconfianza por las grandes potencias, que no querían un nuevo miembro en el club nuclear. Durante los siguientes meses aumentaron las presiones al gobierno arcadio, que reafirmó su autoridad en las urnas. Ibarreche anunció al mundo que el país comenzaría a explotar sus recursos naturales para iniciar un programa nuclear. Aquel golpe sobre la mesa trajo consecuencias inmediatas. EEUU ordenó un bloqueo comercial sobre la isla. La URSS aprovechó para ofrecer apoyo militar, condicionado a la creación de una base soviética y al libre acceso de sus buques a la isla. El mundo contuvo el aliento.
Y entonces todo cambió.
Ocurrió en la madrugada del 6 de Abril de 1952. Un grupo de desconocidos se coló en el senado arcadio, donde el gobierno discutía en sesión extraordinaria la posibilidad de dar marcha atrás a su programa nuclear. El ataque fue fulgurante; las luces del hemiciclo se apagaron, sonaron tres disparos. Ibarreche cayó al suelo con una bala en el pecho y otra en la cabeza. Nadie había visto nada. El vicepresidente declaró el estado de emergencia, se prohibieron las salidas de aviones y barcos. Tres horas más tarde una avioneta rompió el bloqueo. Los testigos la vieron despegar de una finca cerrada. Cuando apenas le quedaban unas hectáreas para abandonar territorio arcadio algo apareció en el cielo. Un destello, un borrón apenas distinguible. La avioneta disminuyó su altura hasta quedarse a escasos veinte metros del suelo; voló hacia atrás por las calles principales, ante la mirada atónita de los habitantes de la ciudad. Alguien la arrastraba hacia el senado, un hombre disfrazado con los colores de la bandera. Amarillo. Rojo. Morado.
Las ruedas apenas aguantaron el golpe cuando dejó caer la avioneta. Los Rayos le rodearon. Era muy joven, de rostro lampiño. Años después un oficial revelaría en sus memorias que su voz le pareció demasiado joven. “De aquella yo creo que no llegaría a los dieciséis años”.
“No deben temer nada, no deseo hacer ningún daño. En la avioneta se encuentran los que atentaron contra el presidente Ibarreche. Si les interrogan averiguarán quién ordenó el ataque”. El más joven de los soldados, un judío de Chicago aficionado a las tiras cómicas, cayó de rodillas. En voz baja pronunció un nombre. “Superman”. El hombre volador sonrió.
“He venido para proteger este país, y a todos los que en él habitan. Espero serles de ayuda”. Con esas últimas palabras alzó el vuelo y desapareció entre las nubes.
Cuando los Rayos abrieron las puertas de la avioneta descubrieron tres hombres muertos y un cuarto inconsciente. Los primeros habían ingerido una cápsula de cianuro idéntica a la que se encontró entre las pertenencias de su compañero. Después de varios días de interrogatorio no se obtuvieron respuestas. El asesino era de raza caucásica, quizás alemán, o polaco. No había pronunciado una sola palabra desde que despertó y no parecía dispuesto a cambiar de idea. Cuatro días después de su captura, la policía recibió un sobre sin remitente. En su interior encontraron varios pasaportes falsos con la foto del arrestado, un título universitario a nombre de Jeremiah Kowalski, una serie de fotografías atadas con un cordel. Al presentarle las imágenes el hombre se desmoronó; en ellas se veía una calle de estrarradio, la parte trasera de un buick coupé de color azul, el retrato de una mujer abrazando a dos niñas. “Mis hijas”, pronunció con acento americano, “por favor, no les haga daño a mis hijas”.
Jeremiah Kowalski se confesó agente de la CIA, enviado con la misión de acabar con el problema Ibarreche. Dio nombres, fechas y lugares que después de registrarse confirmaron sus palabras. Se pidieron explicaciones al presidente de los EEUU, que pidió disculpas y negó su participación en aquel desastre. En un comunicado oficial, Walter Bedell Smith presentó su dimisión. Pero ya era tarde. Aquel escándalo supuso el golpe de gracia para el presidente Truman, que arrastró en su caída al candidato demócrata Adlai Stevenson. Con un país aún conmocionado el presidente Eisenhower tuvo que tomar una decisión: mantener el bloqueo o levantarlo. Optó por lo segundo; mejor tener un país independiente que uno bajo el yugo de la URSS. En aras de mejorar la relación con el gobierno arcadio se firmaron los Tratados de París, en los que EEUU se comprometía a vender su petróleo a precio de mercado. Considerando este acuerdo como un peligro, la URSS firmó los Tratados de Varsovia, en los que el bloque comunista comerciaría sus recursos metalúrgicos con la isla. De la noche a la mañana, Arcadia tenía materias primas en abundancia y a bajo precio. La depresión había terminado.
Mientras tanto, el mundo no sabía qué pensar del héroe desconocido. Al principio su aparición se tomó por falsa, una mentira esgrimida por los cuerpos del ejército para tapar algún experimento militar. ¿Quién podría creer en una copia de un personaje de tebeo? El desconocido se vestía de forma casi idéntica a Superman, incluyendo los colores patrios y la capa al viento. Periodistas de prestigio apuntaron con sus plumas al gobierno. “No somos niños”. “Queremos respuestas, no ilusiones”. Pero ni los Rayos ni el primer ministro dieron otra explicación a lo ocurrido. “Ningún representante del ejército o de las fuerzas públicas fue responsable del incidente”. En los siguientes meses se sucedieron los avistamientos. Un obrero aseguraba que un hombre volador le salvó después de que su andamio se rompiera. Dos policías vieron como el vehículo que perseguían se paraba en seco, daba la vuelta en el aire y perdía las cuatro ruedas. Los arcadios pasaban los días mirando al cielo, esperando encontrar la silueta del “Superman Arcadio”, o como se popularizó semanas más tarde, Arcadio a secas.
El héroe volvió a aparecer de manera oficial el siete de Junio, esta vez para socorrer a las víctimas de un incendio en los juzgados. Pero Arcadio tuvo que compartir las portadas con el testimonio de los supervivientes. Confirmaron que el incendio fue provocado por una mujer que ardía sin quemarse y que lanzaba lenguas de fuego con sólo extender las manos. Su objetivo: la sala donde se guardaban las pruebas de los juicios. La mujer, a la que no pudieron identificar más que con un retrato similar a la de “Human Torch”, de Carl Burgos, incineró todos los papeles y después desapareció entre el fuego. Arcadio llegó pocos minutos después y consiguió sacar a casi todos los que se vieron atrapados por las llamas. Lamentablemente, tres personas murieron en el incendio.
Aquel suceso fue el primero en una serie enloquecida de acontecimientos. Presos incomunicados que aparecían en sus celdas con la cabeza reventada, jóvenes inmunes a las balas, violaciones perpetradas en el aire. La población entró en pánico; nadie sabía lo que estaba sucediendo. El 21 de Marzo de 1952 la ciudad amaneció cubierta de panfletos. En ellos se explicaba que los crímenes se perpetraban por un conjunto de personas con habilidades sobrehumanas. Advertía que la policía no podría hacer nada contra esos delincuentes, que solo podrían detenerles sus homónimos, los “mejores de Arcadia”. El llamamiento no tardó en recibir respuesta. Aparecieron nuevos justicieros, todos vestidos a la manera de Arcadio, muchos con el rostro cubierto. De la noche a la mañana, más de una decena de Prodigios, como se les llamaba por la época, comenzaron a operar en la ciudad. Al final del año, ya eran dos docenas. Solo operaban en Arcadia, aunque había noticias de sucesos extraordinarios en otras partes del mundo. La venta de comics se disparó. Nicolás Stein, un joven alemán de origen judío, fundó Arcadia Comics y comenzó a publicar las novelizaciones de los héroes locales. Pronto eclipsaría los antiguos tebeos de superhéroes hasta hacerlos desaparecer. Porque, ¿quién necesitaba fantasías teniendo la realidad al alcance de la mano? Y mientras el mundo seguía preguntándose qué estaba sucediendo, los arcadios se encogieron de hombros. Algo les decía que aquello no iba a parar.
Que los metahumanos habían llegado para quedarse.
El 20 de Enero del año 1956 el mundo cambió. Se produjo un ataque a la sede del Ministerio de Justicia; los testigos dijeron haber visto a un ser de pura roca y fuerza colosal que abrió por la fuerza la caja fuerte con datos sobre diversas investigaciones ayudado por una mujer disfrazada que de repente se transformó en fuego. Los informes quedaron calcinados. La población mundial contuvo el aliento.
Llegaban los metahumanos.
Posteriores ataques de la pareja de monstruos fueron registrados en cuarteles, juzgados y comisarías. Poco o nada podían hacer los responsables de seguridad; las balas no les afectaban y todos los intentos para pararles eran inútiles. Empezaron a aparecer más casos… robos a bancos extranjeros en cuyas cámaras de seguridad se veían las sacas moverse solas, asesinatos de presos incomunicados en los que el cadaver aparecía con la cabeza reventada, mujeres que decían haber sido violadas por cuatro hombres exactamente iguales…
El miedo se apoderó de la población. En apenas dos meses Arcadia había pasado de ser la pieza codiciada a la fruta prohibida. El 15 de Marzo un comunicado pirata apareció en la televisión Nacional: una figura de pura negrura lanzó un discurso a las masas en lo que se conoce como el Primer Manifiesto Metahumano. La figura explicó que las olas de crímenes incesantes eran realizadas por metahumanos, seres humanos con poderes extraordinarios y dirigidos por un hombre o una mujer conocido como Telaraña.
Argumentó que no todos los metahumanos eran delincuentes, pero que desgraciadamente los delincuentes solo podrían ser parados por sus homónimos. Como en el caso de Batman o Superman, el hombre que después se conocería como El Oscuro instó a todos los metahumanos que se escondían a convertirse en lo que él llamó Justicieros Necesarios. Luego la transmisión se cortó.
Y empezó la locura
Cinco años más tarde se conocían ya unos cuarenta metahumanos en todo el mundo. Una buena parte residía en Arcadia, pero se habían dado comunicados de hombres que lanzaban nubes de cuchillos en Honduras, de seres acuáticos destruyendo barcos de pesca ilegal en Japón, de hombres voladores que asustaban a los pilotos de pruebas… la televisión, el cine y la radio los popularizó; los puso nombres extranbóticos (Bomba Humana, Tormenta, Igneo) y atrajo para sí una industria del comic que resurgió después de tantos años de ser una industria indiferente. Los “Justicieros Necesarios” aparecieron en muchas ciudades; algunos de ellos eran personas correctas y amables, otros meros asesinos disfrazados.
Los metahumanos habían llegado para quedarse.
La llegada de los metahumanos lo cambió todo. Hombres voladores, mujeres que se transformaban en fuego, niños que vislumbraban el futuro. Arcadia se convirtió en el catalizador de lo imposible. Cada semana un nuevo prodigio salía a luz y tambaleaba al mundo. “Nos sentíamos como si nos arrebataran el suelo bajo nuestros pies”, diría Albert Bandura, uno de los primeros estudiosos de las interacciones con la metahumanidad. No era para menos; cada individuo representaba una incógnita, una virtud, una estela que muchos querían imitar, a veces con resultados terribles. Pero a principios de los años cincuenta a nadie parecía importarle aquel peligro. El mundo necesitaba recuperarse de las heridas de la guerra y, ¿qué mejor forma de lograrlo que a través de la maravilla? La humanidad buscaba espectáculo y Arcadia estaba dispuesta a ofrecérselo. Y mientras el hombre común esperaba fuegos artificiales, los científicos investigaban las razones de la existencia metahumana. La doctora Martha Chase, que había saltado a la fama en 1952 como codescubridora del ADN, se convirtió en la principal investigadora de una nueva línea dentro de la biología. Decenas de metahumanos se presentaron voluntarios para una pruebas que arrojaron resultados no concluyentes. Cada espécimen contaba con una fisiología diferente al del resto de sus congéneres. No parecía posible establecer un patrón más allá de que “no eran humanas”. Además, sus mutaciones parecían vinculadas a Arcadia: un amplísimo porcentaje de metahumanos perdían sus capacidades cuando se alejaban de la isla. Con los años esa cantidad se concretaría, pero en aquel momento se calculó que el 90% de los metahumanos era de tipo local. Una cifra considerable que tranquilizó los ánimos de la comunidad internacional; mientras la metahumanidad estuviera contenida en Arcadia, no había nada que temer. O al menos eso pensaron los más optimistas. Explicar todos los detalles de la época está más allá de la intención de este texto. En las siguientes entradas resumiremos los acontecimientos más destacados, no sólo por su interés mediático sino porque ejemplifican los cambios políticos, sociales y económicos que se produjeron en la Arcadia de los años cincuenta. La Comadreja El 22 de Abril de 1953 se produciría un robo en la central de Tifanny’s de la Calle Libertad. Los vigilantes testificaron sobre una rata gigante a la que descubrieron descolgándose del techo. En aquel momento había tres guardias de seguridad en la sala principal; dos dieron el alto a la criatura y el tercero, asustado, disparó su arma. Inmediatamente después se apagaron las luces y la criatura atacó a los guardias desde la oscuridad. La policía de Arcadia abrió las puertas tres minutos más tarde. Descubrieron los cuerpos desmayados de dos de los vigilantes; el tercero, el único que había disparado, aparecería tres días más tarde en la cúspide de la Torre Pandora, el edificio más alto del Distrito Comercial. Cuando consiguieron desatarle de la punta metálica, una tarea complicada para la que se precisó un helicóptero y varios hombres valientes, el guardia estaba a punto de morir por hipotermia. Su captor le había practicado cinco incisiones sobre la cara. El Doctor López, que lideraba el departamento forense de actividades metahumanas, explicó a los medios que las heridas tenían la configuración de las garras de un roedor de tamaño descomunal. Esa misma noche el doctor fue raptado en su propio domicilio. Lo encontraría al día siguiente un empleado de limpieza de la comisaría, que a punto estuvo de perder el sentido al escuchar un pataleo en el depósito de cadáveres. López estaba aterrorizado pero indemne. En las portadas de los periódicos vespertinos se recogería su declaración. “Desperté en una habitación en penumbra, en compañía de un desconocido. Vestía con un mono de piel gris que le cubría por completo y ocultaba su rostro con una capucha con la forma de algún tipo de animal. Cuando le pregunté por lo que estaba sucediendo, el desconocido comenzó a disertar sobre las diferencias entre las garras de los roedores y los mustélidos. Al acabar me exigió que corrigiera mis conclusiones: las marcas en el rostro del vigilante de Tiffany’s no habían sido causadas por un roedor, sino por una comadreja. Cuando acepté cambiar el informe el individuo se acercó a mi lado y perdí el conocimiento. Lo recuperé esta mañana, en la morgue. Al salir del contenedor descubrí un papel en mi bolsillo que envolvía un diamante y una nota mecanografiada.en las que la Comadreja se disculpaba por las molestias causadas.”. Una semana más tarde un individuo que se correspondía con la descripción fue visto en la Esquina Dorada, la zona más exclusiva del Distrito Comercial. Encargó una botella de Château d’Yquem en La Campana, el restaurante más caro de toda Arcadia. Ante la negativa del maitre a servir a un individuo disfrazado, la Comadreja se limitó a encogerse de hombros. “Lo entiendo; a decir verdad sus reservas del Château están bastante mermadas”. El desconocido salió por la puerta y de un prodigioso salto se encaramó a la fachada, donde se dio a la fuga. Cuando el alarmado maitre comprobó las bodegas, todas las botellas de Château d’Yquem habían desaparecido. Desde ese día la Comadreja se convirtió en uno de los favoritos de las clases bajas del país, hasta tal punto que la Comadreja se convirtió en el primer delincuente con serie propia en la editorial Arcadia Comics. David y el Golem En el otoño de 1954 las portadas de los periódicos se colmaron con las fotos de un niño encaramado a los hombros de una enorme criatura de barro. Esas instantáneas, tomadas en el Distrito Gótico, acompañaban las intrépidas declaraciones del muchacho. “No permitiremos delincuencia en nuestro vecindario”. Sus palabras respondían a las protestas de los habitantes del distrito, que exigían una mayor presencia policial para contrarrestrar los avances de la mafia. Los dos héroes, bautizados por la comunidad judía como David y el Golem, se embarcaron en una campaña encarnizada contra el crimen de la zona. Golem era arrollador, inmune a las balas, de extraordinaria fuerza. David se jactaba de poder invocar a los espíritus de Salomón para que le sirvieran de ayuda. Después de tres meses de contienda un David victorioso se presentó ante las cámaras para dar la noticia. “Nuestro barrio se encuentra por fin libre de las garras de la Telaraña”. Sus palabras no eran una bravata; el joven, ayudado de su mudo compañero, había clausurado no menos de cuarenta viviendas controladas por la mafia. En una ceremonia en la que participaron todos los vecinos del barrio se les concedió a ambos el título de Shomer ḥinnam del Distrito Gótico, una distinción que aún hoy en día puede otorgarse a un habitante del distrito.
Pero no todo fueron buenas noticias para los héroes. Cuando David solicitó al Minián del distrito la lectura de la Torá en su Bar Mitzvah, le fue denegada. La sinagoga ortodoxa, ubicada en el Distrito Eclesiástico, consideraba inadecuado la participación de sus fieles en aquella ceremonia. Sus razones fueron demoledoras: aún estaban debatiendo si los metahumanos podían ser considerados como criaturas de Dios.
La noticia sacudió a la nación entera. A las reticencias iniciales se sumaron algunas voces de otras religiones mayoritarias, que decían entender el problema teológico causado por la metahumanidad. El rabino del Distrito Gótico, estudioso de la rama sefardí, no mostró objeciones para participar en la ceremonia del atónito David, lo que añadió aún más combustible a la polémica. Declaraciones airadas de las dos posturas dividieron a los religiosos del país, obligando al presidente de la nación a realizar un comunicado en el que se recordaba la igualdad de derechos de todos habitantes de Arcadia. La comunicación provocó una agresiva campaña en contra de la injerencia del estado en la religión. Y mientras los debates y proclamas incendiaban el país, David desapareció sin dejar rastro. Los vecinos del Distrito Gótico despertaron una mañana para descubrir a Golem en mitad de una de las plazas, tan inmovil como una estatua. De nada sirvieron quejas o disculpas; desde aquel día nadie le ha visto moverse. En las siguientes décadas se convertiría en algo habitual encontrar ofrendas colocadas a sus pies en memoria de los primeros Shomer hinnam del barrio. Y hay quien dice que Golem no murió, sino que tan solo duerme, a la espera de que su amigo regrese. Y ay de los malvados cuando eso suceda.
Esperanza Nambasi 7 de Enero de 1956. Mientras EEUU se convulsionaba en las protestas por el incidente Rosa Parks, la Universidad de Arcadia presentaba el Proyecto Méliès, con el que se pretendía llevar al hombre a la Luna. O, mejor dicho, a la mujer. Esperanza Nambasi, hija de inmigrantes keniatas y metahumana, había sido seleccionada para el primer viaje tripulado a la Luna. La capacidad de alterar su fisiología para soportar condiciones extremas convertía a la joven de veinte años en la candidata perfecta. Si todo iba según lo previsto, la misión comenzaría el 2 de Octubre y concluiría el 14 del mismo mes. Cuatro días para llegar a la luna, cuatro para realizar los experimentos y cuatro para regresar.
La comunidad científica internacional se mostró escéptica ante la noticia. Aunque la mujer fuera capaz de sobrevivir en esas condiciones extremas, no se conocía forma alguna de poner en órbita una astronave, por pequeña que fuese. Un artículo de la Scientific American fue especialmente demoledor. “Si calculamos la masa de esa mujer en base al peso de las hembras de su raza, serían necesarias casi doscientas toneladas de combustible hipergólico para arrancarla de la tierra. Y me baso en conjeturas basadas en el supuesto lanzamiento del satélite ruso que sucederá el próximo año. A no ser que esa negra sea capaz de convertirse en una pluma, auguro un estrepitoso fracaso en los planes de dominación científica de los arcadios”.
En los meses que siguieron, los periódicos del país publicarían desafortunadas caricaturas sobre los cambios de forma a los que podría someterse Esperanza para aligerar su peso. Ilustraciones que demostraban que el pensamiento de Arcadia no se alejaba demasiado de los estereotipos estadounidenses y que provocaron manifestaciones espontáneas en apoyo a la metahumana. En el transcurso de tres semanas Esperanza se convertiría en el símbolo de la lucha contra la segregación racial del país. La futura astronauta, lejos de amedrentarse, se volcó en las manifestaciones, lo que provocó numerosas opiniones sobre si era lícito ese comportamiento en una representante de Arcadia. Las protestas alcanzaron su punto álgido con la visita del reverendo Martin Luther King quien, en un deficiente español, alabó la lucha de la joven metahumana por los derechos de todos los hombres. Su discurso, “Por un futuro en las estrellas” se convertiría en lectura obligatoria de la enseñanza de Arcadia, pero en aquel momento se consideró que alentaba al desorden social. Cuando faltaban tres meses para el viaje, Esperanza se recluyó en las instalaciones de la Universidad. Sus últimas palabras, “Una Arcadia grande para todos”, se convertirían en un dicho habitual entre los defensores de los derechos civiles.
Mientras tanto, los científicos del Méliès mantenían un silencio sepulcral sobre sus avances. No hubo noticias sobre el diseño de la aeronave, ni sobre sus métodos de propulsión. Cuando los reporteros preguntaron al Doctor Carrasco las razones de aquel hermetismo, el responsable del proyecto indicó que “así se lo habían solicitado”. También tuvo palabras en defensa de Esperanza, a la que calificó como una ciudadana adelantada a su tiempo. En sus últimas declaraciones el doctor exudaba seguridad. Algunos periódicos lo tildaron de arrogante, otros se reservaron su opinión. Nadie parecía creer que aquel ingenio pudiera escapar de la gravedad.
Y sin embargo ningún invitado faltó en el día del lanzamiento. El presidente de la república, los miembros del congreso, empresarios, periodistas, científicos que no creían en la viabilidad del proyecto. Nadie quería perderse el primer intento de llevar un ser humano a la luna. El cielo amenazaba tormenta y las instalaciones, situadas en la costa occidental, amanecieron con vientos de 85 kilómetros por hora. Aquello no pareció importar a los integrantes del proyecto, lo que hizo sospechar a los científicos invitados, que esperaban la cancelación in-extremis del lanzamiento. La aeronave, oculta bajo una carpa gigantesca, aguardaba su presentación. “Un circo”, radiaría uno de los reporteros que esperaba en las gradas. “. Nos han vendido las entradas y esperamos el primer número. La pregunta es, ¿será la bala humana, o el show de los payasos?”.
A las nueve y cuatro minutos los operarios retiraron la carpa para mostrar, por fin, la aeronave. Era blanca, extrañamente delgada para su altura inmensa. Tenía en los lados unos accesorios que uno de los invitados definió como “diminutos motores hipergólicos”. Se hizo el silencio, interrumpido sólo por el camión que condujo a Esperanza hacia la entrada de la nave. Algunos científicos se habían puesto en pie, indignados. Aquello apenas podría despegar un centenar de metros. ¿Cómo iba a exponerse la mujer a aquella locura? ¡El proyecto debía detenerse de inmediato!¿Qué esperaba el responsable para dar la cara? ¿Para presentar su dimisión? En mitad de las protestas, como si quisiera refutarlas o quizás reírse de ellas, se escuchó la voz del Doctor Carrasco, distorsionada por los altavoces.
“Muchos han dudado de la viabilidad del Proyecto Méliès, por buenas razones. Romper las cadenas que nos atan a la tierra es una labor titánica, imposible de lograr con los medios actuales. Afortunadamente para la humanidad, hemos regresado a la era de los gigantes. Les presento el motor que nos conducirá a la Luna”.
De nuevo silencio. El viento soplaba con fuerza, cayeron las primeras gotas de la tormenta. Tras un minuto vacío se escucharon risas. “Vaya pérdida de tiempo”, “El doctor delira”, “Definitivamente perdió el juicio”. De repente, un grito. “¿Qué es eso?”. La gente se levantó de sus asientos. Una mota diminuta creciendo en el cielo. Un hombre. “¡Arcadio!”, gritó un fotógrafo, “¡Han traído a Arcadio!”.
El secreto del Proyecto Méliès, la razón para mantener el silencio a lo largo de tantos meses. Arcadio llevaba casi un año sin aparecer en los medios. Se había especulado con su retiro en un par de ocasiones, también con su muerte. Pero allí estaba. Vivo. Espléndido. Enorme.
“Arcadio se mostró cauteloso cuando pedimos su colaboración. Dijo no estar seguro de si sería de alguna ayuda. No podía superar la atmósfera, mucho menos llevar a los astronautas a la Luna. Le sometimos a decenas de pruebas, comprobamos que podría llevar a velocidad de escape una nave lo suficiente aerodinámica. Solo quedaba el asunto de los astronautas. Arcadio no quería conducir a nadie a la muerte. Cuando conoció a la señorita Nambasi sus temores se disiparon. Me dijo, ‘Doctor, creo que podemos hacerlo’. Nos ha llevado casi dos años conseguir esa certeza. Es el momento de llevarla a cabo”.
Arcadio caminó hacia la nave mientras los guardias de seguridad paraban a los periodístas, que trataban de saltar las vallas. Cuando llegó a la altura de Esperanza se giró hacia el estrado y le dio un apretón de manos. La foto sería portada en la mayoría de los periódicos del mundo. Se consideró que Arcadio (íntegro, poderoso, blanco) manifestaba su apoyo a las protestas. Después la astronauta subió las escaleras hasta la cúspide de la nave. Cuando desapareció por la puerta superior, Arcadio abrió una superficie lateral que había pasado desapercibida hasta aquel momento. Desde los altavoces se escuchó una cuenta atrás. Al llegar a cero, la nave tembló un instante y después, majestuosa, alzó el vuelo, ganando poco a poco en velocidad hasta perderse en el cielo.
La gente rompió en vítores, maravillada ante lo que estaba viendo. Algunos científicos, sin embargo, parecían furiosos. Utilizar el poder metahumano para resolver las dificultades era como mirar la solución de un problema al final del libro. Podías contestar correctamente, pero no era una forma correcta de avanzar. Sin embargo nadie prestó atención a las voces disonantes: la presencia de Arcadio daba a aquel viaje una trascendencia nacional, y todos querían aparecer en la foto.
El viaje transcurrió sin problemas, con una cobertura mediática que fatigó las universidades para buscar expertos que explicaran cada uno de los pasos del viaje. Arcadio dió cuatro vueltas al globo terráqueo para acelerar la nave hasta la velocidad de escape y la liberó en la órbita de transferencia. Realizada la corrección de trayectoria, el vehículo no tuvo problemas para entrar en la órbita lunar y el descenso fue impecable. La nave bajó al completo, lo que sorprendió a los expertos, que creían que se utilizaría un módulo de descenso. Aquello significaba que Arcadio había tenido que transportar más combustible del que habían considerado inicialmente, una nueva proeza física de la bomba tricolor. Las palabras de Esperanza al pisar la superficie lunar, “Que este sea el primer paso para conquistar lo imposible” fueron escuchadas en directo por mil millones de personas. Después de una semana, la nave despegó y entró en la órbita de transferencia. Era el momento más crítico, un cálculo erróneo y la nave se perdería para siempre en el espacio. Cuando el observatorio dio aviso de que la nave había llegado a la órbita terrestre se escucharon vítores en todas las calles de Arcadia. Durante el descenso Arcadio reapareció para asegurar que la nave llegara a la zona de amerizaje seleccionada. El descenso fue modélico y tras un día de reposo, Esperanza apareció de nuevo ante las cámaras. Delgada y ojerosa, había perdido todo el pelo de su cuerpo. Parecía feliz. Cuando le preguntaron por el aspecto de la superficie lunar, respondió sin tituberar. “Es un lugar solitario. La tierra cuelga del cielo como una joya y, aunque no hay aire, a veces el polvo vuela. Es hermoso, como un desierto cuando el sol desaparece y todo está quieto y mudo”.
Esperanza pasó las siguientes semanas confinada mientras se sometía a las últimas pruebas. Cuando por fin salió de las instalaciones la esperaba un vehículo enviado por el presidente para conducirla al senado, donde recibiría la Cruz de la República. En la Plaza de Arcadia la muchedumbre estuvo a punto de romper el cordón policial cuando la vieron aparecer. La metahumana bajó sonriendo y caminó hacia el estrado. Cuando comenzaba a subir las escaleras se escucharon tres disparos. Las cámaras registraron los tres impactos y las sucesivas mutaciones de Esperaza para defenderse del primer, del segundo… pero no del tercer disparo, que atravesó su cuello causándole una muerte inmediata. En el estallido de pánico que siguió se produjeron centenares de heridos. Solo una anciana, blanca y bien vestida, se acercó a Esperanza para sujetar su cabeza y apretarla contra su pecho. Así pasó varios minutos, hasta que la policía consiguió acordonar la zona. La autopsia reveló que las tres balas tenían diferentes composiciones. Una sola bala no hubiera sido mucho problema pero las tres, disparadas al mismo tiempo, eran más de lo que los poderes morfológicos de la metahumana podían resistir.
Nunca se encontró al responsable de aquel asesinato, pero parecía indudable que había sido causado por el odio racial. En los meses que siguieron, las manifestaciones de dolor se fueron sucediendo. Cuando alguien propuso levantar un monumento a su recuerdo en la Plaza de Arcadia pocas voces se atrevieron a mostrar desacuerdo. A través de la muerte, Esperanza había triunfado. La opinión pública dió un vuelco en lo referente a la discriminación racial, que comenzó a ser vista con desprecio por la mayoría de la población. Hoy en día, Esperanza Mambasi da nombre a institutos y escuelas a lo largo de todo el mundo. Su monumento, realizado por el escultor emocional Marko, recuerda a los visitantes del senado que todo puede cambiar. A veces, para mejor.
Garfios
En 1954 el gobierno de Arcadia inició conversaciones con Japón. En los últimos años la industria de astilleros había dado un vuelco en favor de algunos países orientales, como el mismo Japón o Corea del Sur. Una industria subvencionada, unida a un sistema de fabricación modular habían inclinado la balanza económica a su favor. El por aquel entonces Ministro de Industria Nicolás Kummer elaboró una oferta jugosa para el país nipón; durante tres años solo se recaudaría un 10% de los impuestos generados por los astilleros que se crearan en Arcadia. Esta decisión supuso un nuevo conflicto con España, que vio peligrar la rentabilidad de sus astilleros en Cádiz y Euskadi. Pero en aquellos años la influencia de Arcadia había aumentado considerablemente y los intentos de boicot por parte de la nación vecina, aun apoyada por Gran Bretaña, no parecieron afectar el sentido de la oportunidad del gobierno japonés. Después de seis meses de negociaciones se producía el primer acuerdo, con la Mitsubishi Shipbuilding & Engineering. Tras nueve meses de trabajo nacía el primer astillero de Arcadia, los Tokusatsu, y un año y medio después estallaba la Guerra del Sinaí. De repente la necesidad de barcos modernos, capaces de realizar largos viajes a la mayor velocidad, se hacía indispensable para el comercio. Y los Tokusatsu y sus hermanos, ya funcionando a pleno rendimiento, supieron aprovechar la oportunidad. Añadían a la tecnología japonesa los recursos metalúrgicos obtenidos de Rusia gracias a los Tratados de Varsovia (ver Historia de Arcadia III: El despertar de Arcadia). Un año después, Corea abriría sus propios astilleros bajo las mismas condiciones que Japón, aumentando considerablemente la presencia asiática en Arcadia.
En el año 1958, la zona suroeste de la isla se había convertido en un complejo marítimo colosal, rodeado de un cinturón de barco-viviendas conocido como el Barrio Flotante, donde los inmigrantes asiáticos residían en condiciones infrahumanas. En ausencia de cualquier autoridad estatal, el Barrio Flotante era gobernado por las mafias orientales, en dura pugna con las fuerzas de la Telaraña. Pronto se convirtió en algo habitual ver a ciudadanos del país paseando por las barcazas en busca de drogas, prostitutas o material de contrabando. No tardaron en escucharse rumores sobre las prácticas criminales de la zona, pero sólo se les prestó atención cuando la cabeza de la esposa de Tom García apareció flotando en mitad del barrio.
Tom García era, por aquel entonces, el cómico con más renombre de Arcadia. Experto en las imitaciones, su parodia de Arcadio volando en el cielo había conseguido vender más televisiones que todos los spots publicitarios en cinco años. Su azarosa vida sentimental y su afición por la bebida solían colmar las páginas de las revistas del corazón. Cuando anunció su boda con la modelo Miranda Page todos pensaron que se trataba de una de sus bromas. Cuando se divorció por primera vez, también lo pensaron. Desde entonces el matrimonio se había roto y reconciliado doce veces. Cuando la prensa amarilla dió noticias de que Miranda había desaparecido, nadie hizo mucho caso. Sin embargo, cuando encontraron su cabeza, toda la prensa se revolucionó.
Las fuerzas policiales entraron como un tornado en el Barrio Flotante, ignorando las quejas de los vecinos de la zona. Después de veinte horas y más de cuarenta detenciones, dos cabezas de mujer aparecerían flotando cerca de donde apareció la primera. Una vendedora de soba dijo haber visto cómo un hombre con garfios en lugar de manos arrastraba a una mujer hasta el agua para hundirse junto a ella. La prensa bautizó al homicida como el asesino de los garfios, pero pronto se le conocería únicamente como Garfios. Durante los siguientes tres días aparecieron más cabezas de mujer, todas en el agua. La policía pidió ayuda de los habitantes del Barrio Flotante sin ningún resultado. En la quinta noche un detective dió el alto a un hombre que deambulaba por un embarcadero solitario. Al escuchar la voz, el desconocido escapó al agua de un salto de no menos de diez metros en horizontal. Bajo su testimonio se pidió la intervención del Doctor López, que confirmó la posibilidad de que el asesino fuera metahumano. No trascendió a los medios las razones de esa conclusión.
Después de la noticia algunos vigilantes metahumanos comenzaron a patrullar el barrio sin autorización policial. Se instauró el toque de queda; nadie podía salir de su vivienda al anochecer. Las autoridades recomendaron a las mujeres que abandonaran la zona hasta nuevo aviso pero muchas eran inmigrantes ilegales, traídas por la mafia para ejercer la prostitución. Cuando se cumplieron diez días desde la aparición de Miranda, apareció una última cabeza con el rostro aún oculto por una máscara. Se trataba de Alondra, una metahumana que hacía escasos meses había saltado a la fama después de su enfrentamiento con Comadreja, en el que estuvo a punto de atraparlo. La noticia conmocionó a la nación. El propio Comadreja mandó una carta a los periódicos donde se lamentaba de la muerte de la joven, y advertía a las autoridades que hicieran un mejor trabajo con aquel monstruo que el que hacían tratando de capturarle. Por una vez, nadie rió las gracias del conocido delincuente.
Alondra fue la última víctima de Garfios. Después de tres meses de presencia policial continua el caso se enfrió. Algunos de los inmigrantes exigieron al gobierno que se considerada la zona como parte de Arcadia. Su petición fue aprobada de inmediato. Convertido ya de manera oficial en un distrito, el Barrio Flotante disfrutaría de una comisaría de policía permanente. A pesar de ello, las prácticas delictivas siguieron sucediéndose aunque no ya de manera evidente. El barrio se convirtió en un reclamo para todos aquellos que querían vivir el peligro de la noche oriental. ¿Quien podía decir que Garfios no volvería para recoger nuevos trofeos?