Los años oscuros

Los años oscuros

Los sesenta acabaron con la corriente de optimismo imperante en la década anterior. La confrontación prebélica entre el bloque soviético y Estados Unidos dejaba poco espacio para la maravilla, mucho menos si esta se producía en un país neutral en el conflicto. Ambos bandos intentaron reclutar agentes entre los metahumanos; aunque la mayor parte perdía sus habilidades al salir de Arcadia, los que no lo hacían podrían ser decisivos para dirimir el resultado de la guerra. Pronto nacieron los rumores de espías y dobles agentes, de muertes misteriosas causadas por metahumanos desconocidos. Los medios de comunicación dieron pábulo a esas historias en una corriente que terminaría por cristalizar con las novelas de superespías. Sus argumentos, añadidos a las noticias que llegaban de Arcadia, cambiaron la forma en la que la gente de a pie veía a los metahumanos. Con el paso de la década el miedo a la metahumanidad fue aumentando hasta alcanzar su cenit con la llegada de Shaka Zulu y su imperio del terror.

La llegada de los Anemoi, o los Cuatro Vientos

En 1959 la ciudad de Arcadia ganó la candidatura para convertirse en la sede de la Exposición Universal. El alcalde de Seattle, su principal rival en las votaciones, afirmó que “había ganado la mejor candidata”, y propuso el hermanamiento de ambas ciudades “en pos del avance universal”. Esta idea fue bien recibida en Arcadia, que consideró el gesto como el inicio de un nuevo período de amistad entre los dos países. Pero el anuncio disgustó a Moscú, que amenazó con una revisión de los Tratados de Varsovia. El presidente de la república, en aras de tranquilizar a sus aliados orientales, propuso hermanar su ciudad con alguna de las capitales soviéticas. Después de unos días de deliberación se escogió a la ciudad de Berlín, capital de la República Federal Alemana, como hermana de Arcadia, “otra nación liberada por la revolución proletaria”. Aquel acuerdo tranquilizó a todos los bandos, pero puso en entredicho la capacidad de Arcadia para separarse del conflicto de las superpotencias aliadas.

El 14 de Abril de 1961 la Exposición Universal de Arcadia abrió sus puertas al público. Su tema principal fue “El siglo XXI y la metahumanidad”. Cuarenta y tres países participaron en la exposición, que fue visitada por más de diez millones de personas en los ocho meses que se mantuvo abierta. Durante ese tiempo las medidas de seguridad se extremaron, en especial con la llegada de Nikita Jrushchov, el dirigente de la Unión Soviética que acudió a la exposición para “reafirmar la amistad que unía a los dos países”. Durante su visita al pabellón África Libre, constituido en el interior de un baobab vaciado, se produjo una explosión. El árbol, de dieciocho metros de diámetro, comenzó a arder con unas llamas que resistían cualquier intento de ser sofocadas. Pronto el humo rodeó la madera de forma que nadie pudo saber lo que sucedía en el interior.

Entonces aparecieron. Eran cuatro, tres hombres y una niña, llegaron desde el cielo, agitando sus alas extrañas. El más joven levantó una jarra inmensa sobre su cabeza y el fuego voló desde el árbol para cubrirle por completo. Otro hombre envuelto en niebla se acercó hasta casi tocar el humo, que desapareció en un torbellino atronador. El tercero extendió las manos. Sobre sus palmas sostenía una caracola de cuyo interior brotó una nevisca que cubrió la corteza abrasada. La niña, que lucía una corona de hojas sobre la piel dorada, penetró en el baobab. Instantes más tarde un resplandor verde brotó de cada grieta de la corteza. Salió poco después, arrastrando con su resplandor a los supervivientes del atentado. Estaban cubiertos de ollín, ciegos por el humo y tosían con fuerza, pero parecían ilesos. Se hizo el silencio; los cuatro desconocidos bajaron al suelo; el que portaba la caracola, un individuo que rondaría los cincuenta años, replegó sus alas de escarcha. Más tarde, los testigos afirmarían que notaron un descenso brusco de la temperatura cuando el desconocido comenzó a hablar.

“Somos los Anemoi. Hemos venido para salvarles”.

Entre la multitud se escucharon exclamaciones de sorpresa. El árbol, aún humeante, comenzaba a florecer.

Esa fue la primera aparición de los Anemoi, o los Cuatro Vientos, como terminaron por ser conocidos. Del intento de asesinato no trascendieron apenas datos; el árbol había sido rociado con algún tipo de gelatina inflamable mezclada en la resina. De no ser por la inmediatez con la que actuaron los héroes, muchos habrían muerto. Entre ellos, el dirigente de la URSS. El atentado supuso un punto de inflexión en la política internacional; Jrushchov anunció que aquel sería el último viaje que realizaría a las naciones no soviéticas y pidió al presidente de Arcadia permiso para condecorar a sus salvadores con la Orden de la Bandera Roja. Una solicitud no exenta de riesgos que el dirigente de Arcadia no tuvo más remedio que aceptar.

El día de la condecoración la Plaza de Arcadia amaneció lluviosa y abarrotada por una multitud refugiada bajo paraguas. Estaba dispuesto que la ceremonia comenzara a las once en punto de la mañana. Cinco minutos antes apareció el transporte de Jrushchov, rodeado de cuatro tanquetas de los Rayos. El dirigente salió de su coche acompañado por el presidente de Arcadia entre ovaciones de la muchedumbre. Protegidos por un círculo de soldados, subieron las escalinatas. Cuando el reloj de la plaza terminó de dar la undécima campanada la lluvia cedió su envite y el cielo encapotado se rasgó para mostrar un claro de color azul brillante. Y descendiendo desde el claro, los Anemoi. Bóreas, de alas de hielo, portador de la caracola, Austros, con sus plumas como hojas de otoño y sus fulgurantes ojos rojizos. Euro, vestido tan solo por lenguas de fuego, las manos alrededor de la vasija del estío. Y Céfiro, de alas como hebras verdes, siempre cambiantes.

Se hizo el silencio. Los Cuatro Vientos se posaron cerca de los dirigentes. Los soldados abrieron el círculo, algunos temblaban. Como una sola persona, los Anemoi inclinaron la cabeza. Fue Céfiro quien habló, con su característica voz infantil, a punto de pasar a la madurez.

Uno a uno, los Cuatro Vientos recibieron la Orden de la Bandera Roja de las manos del dirigente soviético. Al llegar a Euro, sin embargo, el soviético dudó. No había lugar alguno donde colocar la insigina. El joven sonrió un instante y extendió la mano. Cuando recibió la medalla, la apretó sobre la vasija hasta dejarla pegada. Mientras tanto, Austros hablaba con el presidente de Arcadia

Terminada la ceremonia, los Anemoi volaron de nuevo hacia el cielo ante los vítores y aplausos de los asistentes. En las semanas que siguieron su popularidad se extendió por toda Arcadia. Las bibliotecas se llenaron con peticiones de libros de historia y de arte. ¿Eran de verdad seres mitológicos? ¿O simples metahumanos? Pronto comenzarían a verse los primeros rostros barbudos entre los jóvenes, imitando a los integrantes masculinos del primer grupo de Arcadia. Al contrario que el resto de metahumanos defensores del crimen, los Anemoi no parecían tener problemas en posar ante las cámaras o firmar autógrafos. No hablaban de su vida privada, si es que la tenían. Para aquellos héroes lo único que importaba era defender al país y a sus gentes.

Durante los siguientes años participaron en centenares de actos benéficos, al tiempo que continuaban protegiendo la ciudad de Arcadia. Camisetas, fotografías, posters, muñecos y comics, cualquier tipo de mercadería podía venderse si aparecían sus efigies. Sus ropajes, con reminiscencias de la cultura griega, gobernarían la moda veraniega durante casi una década. Se documentaron no menos de cinco casos de envenenamiento cutáneo por jovencitas que buscaban la manera de conseguir la piel dorada de Céfiro. Fueron invitados de excepción en la visita que los Beatles realizaron a Arcadia en el verano de 1965 e incluso Euro se atrevió a tocar algunos acordes a dúo del éxito Twist and Shout, quemando en el proceso dos guitarras.

Su lucha contra el crimen fue igual de prolija. El misterioso Infalible y la Emperatriz de Jade se consideran sus enemigos clásicos, sobre todo porque nunca pudieron llevarlos a la justicia. Detuvieron a la Comadreja en al menos seis ocasiones, todas acabadas en fuga. Y, si hacemos caso a la biografía autorizada de Arreglador, fueron los primeros en tropezarse con un jovencísimo Manny cuando aún trabajaba en el circo. Para la historia quedará la fotografía de los Anemoi enfrentados al huracán Camille. De no ser por ellos los fallecidos por la catástrofe se hubieran contado por miles y no con los dedos de una mano.

Después de siete años de su presentación al mundo, los Anemoi estaban en la cúspide de su popularidad, y aun así nadie sabía de donde habían surgido. Los periódicos ofrecieron verdaderas fortunas por datos que pudieran revelar sus orígenes, pero todas las pistas demostraron ser falsas. Si se les preguntaba directamente se limitaban a responder con evasivas. Algunos medios afirmaron que el crecimiento de Euro y de Céfiro no era normal; a fin de cuentas en siete años no habían pasado de la primera juventud y de la adolescencia, respectivamente. Pero nadie daba importancia a aquellas preguntas. Los Anemoi estaban allí para ayudar. ¿Qué más daba si nadie sabía qué ocurría cuando se quitaban los trajes?

Pero nada es para siempre y poco antes de finalizar la década un conflicto sacudiría a las gentes del país hasta hacerles dudar incluso de la bondad de los Cuatro VIentos.

Pero esa historia tendrá que esperar hasta que hablemos de África, y del final de la inocencia de Arcadia.